Pusimos en pausa al mundo. O el mundo nos puso en pausa. Vivimos una disto¬pía que ocurre en un lugar concreto y solo en uno: nuestras casas. Frente a esto, ¿qué deberían hacer las instituciones educa¬tivas? Esa perplejidad no puede traducirse en inacción. La irre¬solución y el titubeo son lujos no permitidos a todxs por igual.
Todos esbozamos alguna propuesta frente a la crisis pandémica. ¿Qué hacer? ¿Seguir enseñando? ¿“Mirar al futuro”, como me indicaron hace poco? Muchas instituciones educativas proponen activida-des virtuales. Frente a esto vengo leyendo varios textos: unos críticos, otros celebratorios.
Me quedo pensando. Para mi gusto, es demasiado pron¬to para diagnósticos y pronósticos. Lo vivo, más bien, como un tiempo de preguntas.
¿Grupos de WhatsApp, Tik Tok, Wix, sí o no? Las iniciativas de edu¬cación digital que se están creando para sostener la continuidad pe¬dagógica frente al #CoronavirusEnArgentina son muy importantes porque son un modo de trabajar contra la desigualdad de capital educativo familiar. No se trata de que lo digital reemplace las clases, o las tics a la escuela, se trata de mitigar la mayor desigualdad que el COVID-19 ya está produciendo.
La cuarentena no son vacaciones. Para las y los docentes son días de mucho trabajo, intercambio y aprendizaje autogestivo. Sor¬prende ver la agilidad con la que rápidamente se activaron redes de contención y compañerismo colaborativo entre educadores: com¬partimos estrategias, consejos e intercambiamos materiales para hacer pie en este clima de incertidumbre.